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Derechos Humanos

Gobierno entrega inmueble de Londres 38 para Museo de la Memoria

Gobierno entrega inmueble de Londres 38 para Museo de la Memoria

Después de varios meses de discusión y reclamos por parte de las organizaciones de derechos humanos, el gobierno accedió a entregar el ex centro de detención y tortura de calle Londres 38 para un museo de la memoria. El 2007 desde el gobierno se informó que el inmueble que utilizó la DINA y la CNI entre 1973 y 1977 albergaría el Instituto de Derechos Humanos, decisión que fue rechazada por los organismos de ex prisioneros políticos, familiares de detenidos desaparecidos y otros colectivos.


Romy Schmidt, ministra de bienes nacionales, afirmó que en una primera etapa se realizarán los trabajos para recuperar el edificio que tiene serios daños estructurales.
“Conjuntamente con el trabajo de esta mesa, vamos a iniciar un proyecto de diseño y de reparación del inmueble, sólo para la mantención básica para asegurar que no tenga un deterioro mayor del que hoy día presenta”, expresó Schmidt.
Roberto D’onival, miembro del colectivo de familiares y compañeros de los 119, indicó a su vez que el objetivo de las organizaciones es conseguir un espacio que desde una perspectiva de memoria aporte a un país mejor.
“Esperamos que se exprese en otras iniciativas similares en donde se valore el aporte de las organizaciones de derechos humanos, los familiares de desaparecidos, los familiares de ejecutados, los sobrevivientes y ex prisioneros políticos, y esperamos que el proceso que se inicia ahora arribe a concretar un lugar que más que un espacio museológico, sea un espacio en donde la memoria sea algo vivo, algo que aporte a la construcción de un Chile distinto”, precisó.

Por su parte, la delegada presidencial para los derechos humanos, María Luisa Sepúlveda, afirmó que la decisión de entregar el edificio que albergó al centro de detención y torturas fue de la propia Michelle Bachelet, luego de una serie de estudios y en concordancia con las demandas de los organismos ligados al tema.

“Esta fue una decisión de la Presidenta de la República, quien siempre pensó que en este local debiera convivir un espacio de memoria, de lo que fue Londres 38. La Presidenta había destinado que un espacio fuera para memoria y se está estudiando si el resto del inmueble podía tener otro uso. Después de varios análisis que se hicieron desde el ministerio de Obras Públicas, desde el Consejo de Monumentos Nacionales y junto a las organizaciones de derechos humanos, se llegó a determinar que éste fuera sólo un lugar de memoria”, explicó Sepúlveda.

Entre 1973 y 1977 Londres 38 fue un centro de detención y torturas por donde pasaron cientos de prisioneros políticos y desde donde se perdió la pista de muchos que hoy engrosan aún las listas de detenidos desaparecidos.

Luego de ser entregada en 1978 por Augusto Pinochet al Instituto O’Higginiano, el 2007 fue permutada por el Estado que quiso destinarla para el Instituto de Derechos Humanos, aunque finalmente será el edificio de un museo de la memoria en coordinación con las organizaciones que insistieron en que así fuera.

Fuente: El Clarín de Chile

 



A Mónica la decapitaron a patadas

A Mónica la decapitaron a patadas

Mónica Benaroyo es el nombre de la joven cuyos restos fueron encontrados en un terreno del ejército de Arica, en Pampa Chaca, en julio de 2008. Aunque parezca sorprendente, aparentemente nadie sabía ni de su existencia ni de su muerte. Nunca apareció en las listas oficiales de desaparecidos durante la dictadura. Simplemente alguien un buen día encontró sus restos momificados en el desierto. Sin cabeza. Todavía guardaba el cadáver una cajetilla de cigarrillos Hilton entre sus ropas. Y un billete de la moneda escudo. Todo lo que sabía entonces era que había muerto en la década de los setenta.

Sin embargo, la policía reconstruyó rápidamente su historia. Su identidad la trazó la Policía de Investigaciones hidratando su piel para extraer sus huellas digitales (en La Nación).

Se llamaba Mónica Cristina Benaroyo Pencu. Había nacido en Rumania, y era uruguaya. Estudió filosofía, dominaba varios idiomas y se ganaba la vida como traductora. Tras vivir un tiempo en Buenos Aires, se trasladó a Arica, en Chile, donde había encontrado empleo en la alcaldía.

Para agosto, Investigaciones había localizado a su hermana Fernanda, en Estados Unidos, a la que se le extrajo una muestra de sangre para comparar su ADN con el de Mónica (La Estrella de Arica). Pese a que este análisis aún no se lleva a cabo, pocas dudas caben sobre la identidad del cuerpo, ya que sus huellas dactilares corresponden con los archivos del Registro Civil de Santiago, donde Mónica estaba inscrita como extranjera residente.

El prefecto de Investigaciones José Cabión, en uno de los telediarios de TVN del 4 de agosto, dijo que la traductora era miembro del Partido Comunista del Uruguay y que había sido expulsada del país -mediante decreto- aparentemente en septiembre de 1973, la fecha en que desapareció.

De momento, nada más se sabe de ella. Sus antiguos amigos y compañeros guardan silencio. O quizá no la recuerdan.

Mónica Benaroyo fue vista con vida por última vez el 11 de septiembre de 1973. Fue detenida por militares y trasladada a un recinto militar. La historia oficial del régimen pinochetista pretendía que Mónica había sido expulsada y por tanto nada podrían saber sobre su destino ulterior. Pero la orden de expulsión evidentemente se fraguó para ocultar la espantosa muerte a que fue sometida.

Pese a que inicialmente se especuló que el cadáver de Mónica había sido mutilado por animales, aparentemente las evidencias indican otra cosa. Según el columnista Eduardo Contreras, “la compañera fue enterrada viva en la arena cerca del mar dejando afuera su cabeza, la que los uniformados patearon hasta decapitarla” (En El Siglo).

La espeluznante cobardía y crueldad del militar pinochetista es, hoy, conocida por todos y por doquier. También conocemos otros casos de increíble y demoníaca impiedad. El general Manuel Contreras extraía los empastes y dientes de oro de los asesinados para vender luego las piezas en el mercado. El mismo general se entretenía sacando los ojos de algunos de los prisioneros a los que posteriormente haría desaparecer. Otros introducían ratas en las vaginas de las detenidas. Otros torturaban a hijos de detenidos. Algunos oficiales obligaron a detenidos a matarse entre ellos, como hicieron más tarde los serbios en su campaña de exterminio de la población musulmana. Conocemos otros numerosos casos de la demoniaca crueldad de la mente fascista.

Siempre ha intrigado la violencia y crueldad de los fascistas y otros elementos de extrema derecha. Y para su comprensión es de interés estudiar esos tipos de violencia. Interesan esos detalles, porque abren la puerta a una suerte de investigación y reflexión que nos llevan fuera de este mundo. El ser humano puede ser violento, y a menudo lo es. Y puede incluso ser irracional. Pero la violencia fascista rebasa las teorías existentes.

Normalmente hablando, la violencia entre los hombres tiene un propósito. Con la violencia se busca un fin relativamente comprensible. La violencia nazi buscaba el exterminio de un pueblo. Pero debía ejecutarse mediante la opresión, humillación y reducción de sus miembros a la calidad de cosa. Estando en vida, y hasta su muerte, debían ser tratados como cosas. Al primitivo pueblo germano de la época le había dado por creerse superior al resto de la humanidad y se negaba a compartir el espacio con otras razas.

Un razonamiento similar, pero con otros fines, guiaba la increíble crueldad del régimen comunista de Camboya, para cuando los Khmer Rouge habían transformado el país en un inmenso y tenebroso campo de concentración y exterminio.

Al final, esos dos regímenes se nutrían de sangre y muerte y sus dos enemigos iniciales -judíos en un caso y contrarrevolucionarios y ricos en el otro- no eran suficientes. El listado de los indeseables se fue extendiendo poco a poco. A los gitanos. A otras razas extranjeras. A deformes. A enfermos mentales. A homosexuales. A taxistas. A profesores de escuela. A secretarias. A arquitectos. A médicos. La mente fascista, se exprese en ideologías de derecha o de izquierda, es una mente desenfrenada, bárbara, enferma de poder, arbitraria. Y sobre todo estúpida e insulsa. Es banal como el Mal y, como el fascismo español, odia la inteligencia.

Reflexionando sobre qué caracteriza la violencia de la extrema derecha, leí las confesiones de un cabecilla de las milicias paramilitares colombianas, descritas en un reportaje que encontré en piensaChile y que fueron también publicadas en El Espectador de Bogotá. Hebert Veloza confesó haber asesinado, entre 1994 y 2003, a unas tres mil personas. El que era conocido como HH “reconoció que murieron más inocentes que culpables”, agregando que “así es la guerra”. Reconoció que recurría a decapitar y mutilar los cuerpos de las víctimas para aterrorizar a los campesinos. “Cuando llegamos a Urabá”, dice, “decapitamos a mucha gente, era una estrategia para promover el terror, para que tuvieran más miedo de nosotros que de la guerrilla".

En un reportaje publicado en Los Angeles Times sobre los equipos de exhumación que recorren Colombia para localizar fosas comunes e identificar a las víctimas de lo que algunos llaman guerra civil, los antropólogos físicos confirman que era una práctica común que los verdugos paramilitares mutilaran y decapitaran a sus víctimas, destruyendo los documentos que pudieran identificarlos (Los Angeles Times).

Pareciera que el propósito principal de esos soldados mercenarios (no hay que olvidar que a diferencia de los combatientes de izquierda, los paramilitares son simplemente asesinos a sueldo, a los que se paga por sus crímenes) es infundir terror, exhibiendo y haciendo gala de su amplio repertorio de torturas y violencias. Por esta razón, cuando llegan a alguna región, empiezan torturando y matando indiscriminadamente, sin distinguir ni perdonar a nadie, hombres, mujeres y niños, ni a partidarios o enemigos. En esta violencia los enemigos son simplemente los otros. No interesa indagar si la gente que va a ser asesinada participa o no de tal o cual ideología. Para el asesino de extrema derecha es indiferente. Quiere que la gente le tenga terror, eso es todo. Arranca a niños de los vientres de sus madres y cuelga sus cadáveres en las ramas de los árboles para indicar que ha llegado y que todo aquel que no se someta a su autoridad -arbitraria e irracional- correrá igual o peor destino.

Los paramilitares, según confiesa Veloza, dejaban los cadáveres para que fueran vistos por los sobrevivientes. “En Urabá, cuando comenzamos, dejábamos los cuerpos en el mismo lugar donde las personas eran muertas", dice. Pero luego las autoridades políticas -que hoy niegan, como el presidente Uribe, sus vínculos con la extrema derecha- les obligaron a hacer desaparecer a las víctimas y encubrir los crímenes.

En muchos de los casos de violencia en Chile durante la tiranía pinochetista no se advierte el propósito ni de las torturas ni del espantoso fin reservado a algunas personas. En los primeros días del golpe aparecieron las calles de Santiago, por ejemplo, sembradas de cadáveres -no de opositores ni combatientes, sino simplemente de lustrabotas. Esa gente fue asesinada sólo para infundir terror. Nadie les preguntó si eran allendistas o si preferían a los militares. Otros muchos fueron atrapados por la infernal máquina del crimen que fue la dictadura. Murieron muchos inocentes, pero no por error, sino por voluntad de las hienas de mayor rango.

Pero asesinatos como el de Mónica Benaroyo, o el de las víctimas a las que Manuel Contreras extrajo sus dientes de oro, son aparentemente ininterpretables.

justificables. Sus cadáveres serían hechos desaparecer. Nadie vería nunca ni su cuerpo enterrado en un hoyo en el desierto ni las bocas de los muertos arrojados al mar. No se les dio ese fin tan horrendo para infundir terror ni para escarmiento. Simplemente se les mató así por placer y por odio. Sin causa aparente, sin motivo, sin propósito. Como mataba el general Joshua Milton Blahyi, el militar liberiano que tenía pacto con el demonio y se alimentaba de corazones humanos. Y también como mata el militar colombiano de hoy, que se da el trabajo de vestir a sus víctimas inocentes con el uniforme de las tropas revolucionarias.

Para los pensadores católicos, este tipo de indagaciones son imprescindibles a la hora de determinar la naturaleza de la violencia. Y por lo general se ha concluido que la violencia sin propósito, la violencia que sólo es odio o se ejerce por placer delata la presencia del inframundo, como en los siglos dieciséis y diecisiete las prácticas religiosas que incluían la tortura y el canibalismo delataban igualmente la presencia del Mal en la Tierra.

Se pregunta Eduardo Contreras si acaso es posible que haya reconciliación “con estos salvajes”. La pregunta es retórica. La lucha contra el Mal no admite claudicación y la lucha por la libertad y la vida se inscribe en el permanente combate entre el Bien y el Mal. Estoy pues de acuerdo con el columnista de El Siglo. Según veo yo las cosas, la reconciliación con esos criminales y la gente que los azuzó no es ni posible ni deseable. 

[mérici]

Fuente: PiensaChile

Represores argentinos quemaron cuerpos de desaparecidos

Represores argentinos quemaron cuerpos de desaparecidos
"OPERACIÓN ASADO" BAJO DICTADURA ARGENTINA
Interrogado por la justicia, un ex-militar de la ESMA confiesa las “desapariciones” de los opositores: sus cuerpos fueron quemados.

La ESMA, escuela de mecánica de la marina, es símbolo del terror en una Argentina que fue sometida a la más sangrienta dictadura de su historia entre 1976 y 1983. En 1995, un ex-marino de la ESMA, Adolfo Scilingo, confirmaba la existencia de los “vuelos de la muerte” durante los cuales los prisioneros eran lanzados al Río de la Plata o al Océano Atlántico desde los aviones.

El testimonio, hace algunos días, de un ex-integrante de la ESMA develó por vez primera el punto de vista de los verdugos sobre las prácticas criminales que se desarrollaron allí y que ya han sido largamente denunciadas por los supervivientes. Víctor Olivera, bajo las órdenes de Ricardo Cavallo, recientemente extraditado de España, donde se refugiaba, y del prefecto Víctor Febres, envenenado en su celda en el momento de su proceso el año pasado - probablemente en nombre de la “omertá” reinante entre los represores - , confesó al juez las “desapariciones” precisando que los cuerpos fueron quemados en una operación llamada “Asado”. Víctor Olivera precisa que sus superiores le ordenaron “no decir nada” de lo que vería o haría. Negando haber participado de las torturas, como lo afirman los testigos que pasaron por esas cárceles, él cuenta cómo los prisioneros llevaban “capuchas y fierros, siendo esposados desnudos en camillas en los locales llamados “incubadora” o “bocal” y golpeados a muerte”, agregando que “oficiales de civil” asistían a las sesiones de tortura. Olivera afirma no saber cuáles eran los “criterios de selección” de los detenidos “torturados con la picana” para sacarles información.

La última semana la corte condenó a cadena perpetua al ex-general Luciano Menéndez, uno de los principales responsables de los crímenes de la dictadura que provocó la desaparición de 30.000 personas. Por otra parte, el ex-jefe del 3er cuerpo de la armada deberá cumplir su pena en una prisión común, como lo exigen las familias de las víctimas, cansadas ya de ver cómo los represores se benefician del favor del arresto domiciliario.

Fuente: L´Humanité


 

Siguen desaparecidas 15.000 personas tras ''guerra sucia'' en Perú

Siguen desaparecidas 15.000 personas tras ''guerra sucia'' en Perú
Un informe indica que el problema de los desaparecidos es su "invisibilidad" social, ya que se trató principalmente de peruanos pobres de zonas rurales que no hablaban español.
Unas 15.000 personas siguen desaparecidas en Perú después de la guerra sucia entre el Estado y los grupos terroristas (1980-2000), al cumplirse hoy cinco años de la presentación de un informe elaborado para intentar cerrar las heridas del conflicto.

Aunque se desconoce con precisión el total de desaparecidos durante aquel conflicto, el director ejecutivo del Equipo Peruano de Antropología Forense (EPAF), José Pablo Baraybar, declaró que estos superan la cifra de 8.558 personas que determinó la Comisión de la Verdad y Reconciliación (CVR) en sus conclusiones.

El EPAF completó a partir de 2007 la lista de la CVR con otras más, entre ellas de la Defensoría del Pueblo, lo que le permitió determinar unos 15.000 desaparecidos, explicó este experto que trabajó en investigaciones forenses en Yugoslavia e Irak.

Aún más, Baraybar cree que el número de desaparecidos en Perú es mayor, ya que aún no se han investigado zonas como el Alto Huallaga, al noreste del país, el valle de los ríos Apurímac y Ene (VRAE), al sureste, o la selva central.

"El Alto Huallaga es un lugar que ha estado produciendo desaparecidos por muchos conflictos, pero específicamente en la época del conflicto interno tiene una cuota alta de desaparecidos que no está siendo considerada", precisó.

Las desapariciones forzadas en Perú confirman que las víctimas fueron en su mayoría pobladores quechuahablantes de zonas rurales y en situación de extrema pobreza, tal y como lo señala el informe de la CVR.

El experto aseguró que en el caso peruano, donde el conflicto interno dejó, según la CVR, casi 70.000 muertos y desaparecidos, la desaparición forzada fue "una herramienta exclusiva del Estado" y no "un daño colateral", como sucedió en países como en Guatemala.

Baraybar indicó que el problema de los desaparecidos es su "invisibilidad" social, ya que se trató principalmente de peruanos pobres de zonas rurales que no hablaban español.

El experto del EPAF defendió la necesidad de determinar a quiénes se está buscando para "tener más facilidad de encontrarlos", y abogó por un enfoque humanitario en las investigaciones, ya que, según él, las familias de los desaparecidos "tienen necesidad de respuesta".

Este enfoque no "excluye a la (aplicación de) la justicia", añadió.
Fuente: Diario "El Mostrador"